Queridos amigos:
Para enviar este artículo no he tomado en cuenta el credo de cada uno de ustedes.
El artículo fue escrito por un gran periodista europeo, José Luis Restand, cuyo perfil pueden encontrar en Internet.
El objetivo que me propuse al hacerlo, no fue el de destacar la presencia de la Iglesia Católica en el mundo, ni las terribles persecuciones desatadas contra ella.
Todas las Iglesias y Religiones buscan al mismo Dios, con distintos nombres, normas, ritos, y creencias.
Pero también todas están integradas por personas humanas, con sus luces y sus sombras: las que buscan el bien y las que prefieren el mal.
Esas personas malas se encuentran en todas las religiones. El mal no reside en una determinada religión: en todas ellas siempre habrá gente buena y gente mala.
NOSOTROS, LOS QUE NOS CONSIDERAMOS BUENOS, ESTEMOS DONDE ESTEMOS, VAMOS A LUCHAR, JUNTOS, CONTRA EL MAL, ESTÉ DONDE ESTÉ.
YA ES HORA DE QUE NOS SINTAMOS HERMANOS, IDENTIFICADOS POR EL AMOR AL BIEN, PARA LUCHAR, UNIDOS, POR UNA MISMA CAUSA: LA DEFENSA DE LOS MÁS PRECIADOS VALORES DE LA HUMANIDAD.
Mi objetivo, al escribir estas líneas, y remitir el artículo de Restand, es el de siempre: MOSTRAR CÓMO EL MAL LUCHA CONTRA EL BIEN, para que nosotros, sin tomar en cuenta la religión que practicamos, PONGAMOS NUESTRO GRANITO DE ARENA, para colaborar en esta tremenda lucha desatada contra todos nosotros, en la cual necesitamos de muchísimos combatientes.
La forma de cooperar es, simplemente, SEGUIR DIFUNDIENDO VALORES EN NUESTRO MEDIO, CON NUESTRO TESTIMONIO DE VIDA: cumpliendo a la perfección con nuestras actividades laborales y familiares, conscientes de que todo eso contribuye al bien.
Creo que todos pueden unirse a esta forma de lucha, inmensamente valiosa, por cierto.
Un abrazo:
Dr. Francisco.
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Portada
Sobre esta piedra
(Yo he resaltado ciertos pasajes con negritas)José Luis Restán29/05/2012 (En www.PAGINAS DIGITAL.es)
La barca de Pedro parece un esquife, me comentaba hace poco un colega.
Quizás no tanto como parece (estamos ante la enésima creación de
realidad virtual) pero en todo caso, ¿no es una imagen más cercana a la
realidad que la de la pompa y el triunfo de otros tiempos? Comparada con
las grandes corporaciones, los Estados mastodónticos y las
multinacionales, la Iglesia puede parecer una frágil barca en medio del
océano. Pensar que de su sufrida existencia dependen el rumbo y el
desenlace de la historia no es más audaz que confesar que el crucificado
era el Mesías, el Salvador del mundo. Y sin embargo...
Me han preguntado mucho estos
días sobre cómo vivirá Benedicto XVI las traiciones de su entorno, esa
sensación de mareo en el Vaticano, la tremenda exposición del cuerpo de la
Iglesia en la feria de las vanidades en que se han convertido tantas veces los
medios. Sólo puedo mirar y escuchar al Papa, con eso me basta. Sé hasta qué
punto conoce las inmundicias, la ambición y el afán de poder que también hacen
presa en quienes formamos la
Iglesia. Y tampoco desconoce la envergadura nada despreciable
de los poderes mundanos que la amenazan desde fuera. Sé también con cuánta
frecuencia repasa la historia, maestra de la vida, para llegar a mirar con un poco
de ironía y un mucho de piedad las tremendas debilidades de los hombres. ¡Tan
grande es el hombre, y tan pequeño!, que diría genialmente Peguy.
¿Un esquife?, bueno... León Magno se puso frente a Atila sin otras armas que sus ornamentos sacerdotales y detuvo al bárbaro. Y Pío VI murió en Valence, preso de los revolucionarios franceses. La fuerza y la debilidad de la Iglesia siempre entrelazadas, la frágil barca tantas veces a punto de perder el equilibrio y volcar. Un joven Joseph Ratzinger nos advertía en el lejano 1970 que "el hombre es un abismo" (¿qué decir del "pobre" camarero que sacaba los papeles del apartamento papal?) pero "la Iglesia no está sólo determinada por el abismo del hombre sino por el abismo mayor, infinito, del amor de Dios". Y entonces los pronósticos de los cínicos pueden fallar, seguramente fallarán.
Es cierto que para la sensibilidad de este gran testigo, de este gran Padre de la Iglesia que es Benedicto XVI, el dolor de verse circundado por ciertas miserias debe ser especialmente agudo. Seguramente a eso se refería el Papa cuando hace pocos días hablaba a los cardenales de las tormentas de su vida; tormentas por las que, a la postre, encontraba también motivo para agradecer al Dueño de la viña. Qué cierto resulta aquello que Jesús le anunciara a Pedro tras la resurrección, para que no se hiciera vanas ilusiones: "cuando seas viejo otro te ceñirá y te llevará a donde no quieres". Sí, a donde no quieres. Y sin embargo...
La homilía de Pentecostés ha sido el gesto de gobierno, el testimonio paterno, la palabra de la verdad que el Papa quería dar a la Iglesia y al mundo en esta hora amarga. Sin forzar el gesto, con esa mesura que casi desarma, con la luminosidad tan suya que convierte un razonamiento en una sinfonía, con los ojos, eso sí, algo más hundidos que otras veces. "Asistimos a eventos cotidianos en los cuales nos parece que los hombres se hacen más agresivos y malhumorados, comprenderse parece demasiado difícil y se prefiere permanecer en el propio yo, en los propios intereses... En esta situación, ¿podemos verdaderamente encontrar y vivir esa unidad de la que estamos tan necesitados?". Y Benedicto XVI remacha que cuando los hombres tratan de usurpar el lugar de Dios corren el peligro de no ser ya ni siquiera hombres, porque pierden la capacidad de ponerse de acuerdo, de entenderse y trabajar juntos. Esto puede pasar en cualquiera de nuestros ámbitos y también, claro está, en el Vaticano.
¿Un esquife?, bueno... León Magno se puso frente a Atila sin otras armas que sus ornamentos sacerdotales y detuvo al bárbaro. Y Pío VI murió en Valence, preso de los revolucionarios franceses. La fuerza y la debilidad de la Iglesia siempre entrelazadas, la frágil barca tantas veces a punto de perder el equilibrio y volcar. Un joven Joseph Ratzinger nos advertía en el lejano 1970 que "el hombre es un abismo" (¿qué decir del "pobre" camarero que sacaba los papeles del apartamento papal?) pero "la Iglesia no está sólo determinada por el abismo del hombre sino por el abismo mayor, infinito, del amor de Dios". Y entonces los pronósticos de los cínicos pueden fallar, seguramente fallarán.
Es cierto que para la sensibilidad de este gran testigo, de este gran Padre de la Iglesia que es Benedicto XVI, el dolor de verse circundado por ciertas miserias debe ser especialmente agudo. Seguramente a eso se refería el Papa cuando hace pocos días hablaba a los cardenales de las tormentas de su vida; tormentas por las que, a la postre, encontraba también motivo para agradecer al Dueño de la viña. Qué cierto resulta aquello que Jesús le anunciara a Pedro tras la resurrección, para que no se hiciera vanas ilusiones: "cuando seas viejo otro te ceñirá y te llevará a donde no quieres". Sí, a donde no quieres. Y sin embargo...
La homilía de Pentecostés ha sido el gesto de gobierno, el testimonio paterno, la palabra de la verdad que el Papa quería dar a la Iglesia y al mundo en esta hora amarga. Sin forzar el gesto, con esa mesura que casi desarma, con la luminosidad tan suya que convierte un razonamiento en una sinfonía, con los ojos, eso sí, algo más hundidos que otras veces. "Asistimos a eventos cotidianos en los cuales nos parece que los hombres se hacen más agresivos y malhumorados, comprenderse parece demasiado difícil y se prefiere permanecer en el propio yo, en los propios intereses... En esta situación, ¿podemos verdaderamente encontrar y vivir esa unidad de la que estamos tan necesitados?". Y Benedicto XVI remacha que cuando los hombres tratan de usurpar el lugar de Dios corren el peligro de no ser ya ni siquiera hombres, porque pierden la capacidad de ponerse de acuerdo, de entenderse y trabajar juntos. Esto puede pasar en cualquiera de nuestros ámbitos y también, claro está, en el Vaticano.
La herida de los hombres es muy
profunda, bien lo han visto los grandes genios de la literatura de todos los
tiempos, y con especial desesperación los de nuestra época. "La unidad puede
existir solamente como don del Espíritu, que nos dé un corazón nuevo y una
lengua nueva", explica el Papa, y para él es una experiencia germinada tanto en
la alegría como en el dolor. La Iglesia existe sólo por este don que no cotiza
en las bolsas ni sufre la prima de riesgo. Este don que hace sonreír a los
cínicos y que incluso parece aburrir a tantos cristianos, eclesiásticos
incluidos: "no me vengas con eso, hace falta actuar, limpiar, reestructurar,
organizarse...".
Pero el humilde trabajador en la viña del Señor insiste: "sólo el Espíritu nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de la vida divina que está en nosotros". Así vive Benedicto en medio de la tormenta, con la mirada fija en las alturas de Dios y los pies bien plantados en el barro de la historia. En estos días aciagos es él la imagen viva de la verdadera Iglesia de Jesús y no ese mercado de baratijas en que algunos (de dentro y de fuera) intentan convertirla.
Pero el humilde trabajador en la viña del Señor insiste: "sólo el Espíritu nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de la vida divina que está en nosotros". Así vive Benedicto en medio de la tormenta, con la mirada fija en las alturas de Dios y los pies bien plantados en el barro de la historia. En estos días aciagos es él la imagen viva de la verdadera Iglesia de Jesús y no ese mercado de baratijas en que algunos (de dentro y de fuera) intentan convertirla.
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