Queridos amigos y lectores:
Hace unos días les envié un pensamiento, tan profundo como verdadero, sobre el tema del amor a la mujer, originado en la mente del genio de la literatura universal, León Tolstoi.
Él lo plasmó en la siguiente frase:
“El que ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil”.
“El que ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil”.
No crean, sin embargo, que Tolstoi fue feliz en el amor con Sofia Andreievna, su amada esposa: no.
Este genio al cual califiqué de "experto en temas de belleza, amor y felicidad", ¡no fue feliz en el amor!
Este genio al cual califiqué de "experto en temas de belleza, amor y felicidad", ¡no fue feliz en el amor!
No solo no fue feliz, sino que, su vida amorosa se caracterizó por verdaderas tempestades agitadas por angustias indecibles, que lo convirtieron en un verdadero indigente en el campo amoroso.
Idéntica tragedia les tocó padecer a muchos grandes creadores, del arte o de la ciencia: han sido inmensamente afortunados en el campo creativo y en el de la fama, pero tremendamente desdichados en en el campo sentimental.
Idéntica tragedia les tocó padecer a muchos grandes creadores, del arte o de la ciencia: han sido inmensamente afortunados en el campo creativo y en el de la fama, pero tremendamente desdichados en en el campo sentimental.
A este fenómeno, universalmente comprobado, yo lo denomino :"Teoría de la compensación", que la defino así: "Cuando la vida depara generosamente mucha riqueza en algún aspecto de la existencia, lo regatea implacablemente en otro".
Dicho con palabras más sencillas: "Lo que te sobra en un aspecto, te falta en otro".
Nadie se salva de llevar su cruz: crea o no crea en Dios. El dolor es como la respiración del alma, porque la oxigena y la fortalece hasta que se capacite para poder entender lo que viene después de esta breve existencia.
El dolor y la muerte, lejos de ser un absurdo en nuestra vida, como afirman los filósofos existencialistas, son realidades de vital importancia cuyos efectos los vamos a disfrutar al concluir nuestra existencia.
Nadie se salva de llevar su cruz: crea o no crea en Dios. El dolor es como la respiración del alma, porque la oxigena y la fortalece hasta que se capacite para poder entender lo que viene después de esta breve existencia.
El dolor y la muerte, lejos de ser un absurdo en nuestra vida, como afirman los filósofos existencialistas, son realidades de vital importancia cuyos efectos los vamos a disfrutar al concluir nuestra existencia.
A esta ineludible realidad también puede
aplicarse la reflexión que les envié en un artículo anterior, al que le
puse por título: "Nadie es más feliz que otro: debemos luchar".
Muchos hombres geniales navegaron por océanos de sufrimiento
en lo tocante a la vida afectiva.
Pero tal situación, tremendamente deprimente, no doblegaron la voluntad ni la tenacidad de estos gladiadores del pensamiento, como para hacerles desistir del su empeño en bucear en las profundidades del tema del amor, tantas veces asociado, por ellos en sus obras, al de
la desesperación, la locura, o la muerte.
Por el contrario: En medio de esos huracanes, se han vuelto más expertos aún en
el conocimiento de los recónditos secretos del alma humana, y los
revelaron en su geniales obras, porque nada es tan eficaz como el
sufrimiento, para resolver los más difíciles interrogantes de la vida humana.
El gran poeta argentino José Hernández, en su obra "Martín Fierro", expresaba esta verdad escribiendo:
"Junta experiencia en la vida,
hasta para dar y prestar,
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto,
porque nada enseña tanto,
como el sufrir y el llorar".
"Junta experiencia en la vida,
hasta para dar y prestar,
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto,
porque nada enseña tanto,
como el sufrir y el llorar".
Sufrir y llorar: dos fuentes de sabiduría en esta vida.
Sufrir y llorar: dos condiciones para poder entender lo que vendrá después de esta vida, como nos lo demuestra el Neurocirujano, del cual ya les hablé anteriormente, Eben Alexander, en su best-seller "La Prueba del Cielo", donde reúne las experiencias que tuvo estando muerto.
Por ahora me detengo aquí.
Después escribiré
sobre lo que yo pienso acerca de la relación del hombre y la mujer
ligados entre sí, indisolublemente, en relación nupcial y erótica, por esta mágica realidad que lleva
el nombre de AMOR.
Según algunos, ese término es un compuesto
de las palabras latinas "a" (sin), y "mors" (muerte).
Es decir que el amor es la negación de la muerte.
Es decir que el amor es la negación de la muerte.
"Amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás." (Gabriel Marcel).
Para finalizar, les copio ahora unos fragmentos de la Biografía del escritor ruso LEÓN TOLSTOI, y el títulode de sus obras más famosas, referentes a este tema del amor y del sufrimiento.
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Un matrimonio desdichado
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Sábado 26 de julio de 2008 | Publicado en edición impresa
Un matrimonio desdichado
Por Tomás Eloy Martínez (Para LA NACION)
El escritor había huido de su casa de Yásnaia Poliana una semana antes, abrumado por los incesantes requerimientos de Sofia (cuyo apodo era Sonia) para que le entregara los manuscritos sin publicar y los diarios íntimos en los que hablaba de ella. Desde hacía ya muchos años su matrimonio naufragaba en querellas cada vez más ásperas. Marido y mujer veían aquellas trifulcas como "una lucha a muerte" y en verdad lo eran.
Se amaban, pero la vida en común los estaba destrozando.
Cuando Tolstoi se fugó de la casa familiar sin avisarle a nadie -salvo a su hija Sasha, a quien le pidió que lo acompañara- estaba enfermo de neumonía. Su temperatura oscilaba entre los 39°6 y los 40°. El pulso era irregular y la respiración, tan débil que Sasha, inquieta, le acercaba cada tanto un espejo a los labios para verificar que seguía vivo. Sentía ardores de estómago y ataques de hipo que no le daban tregua. Padre e hija atravesaron los campos helados en un trineo hasta la estación de tren, donde -para despistar- compraron pasajes a pequeños apeaderos de la línea del Sur. Tolstoi pretendía pasar inadvertido, pero no tenía idea de su inmensa fama.
Cayó derrumbado en un vagón de segunda clase y le pidió a Sasha que le comprara los periódicos. Con horror descubrió que la historia de su fuga era el tema principal de las portadas. Nubes de reporteros seguían el rumbo del tren y los fotógrafos estaban al acecho en las estaciones.
Muy pronto, todos los pasajeros se enteraron de que Tolstoi viajaba con ellos y acudieron en masa a verlo. Sasha les rogó que se fueran para que su padre pudiera descansar. Apenas circulaba el aire en los vagones llenos de humo. El gobierno del zar Nicolás II había despachado también a varios policías de civil para que averiguaran las verdaderas intenciones de un pacifista venerado por los campesinos, al que la iglesia ortodoxa acababa de excomulgar negándole los sacramentos y el entierro religioso. A Tolstoi sólo le importaba que lo dejaran en paz.
Era ya entonces un gigante lleno de gloria y no habría otro que desatara entusiasmos tan tumultuosos.
Ningún escritor, antes o después, conoció como él esos extremos de admiración.
Cuando viajaba a Moscú y a San Petersburgo, las calles por las que pasaba estaban alfombradas de flores. Todos los extranjeros de renombre que llegaban a Rusia consideraban incompleta la peregrinación si Tolstoi no los recibía. Gandhi le escribió llamándolo "nuestro titán" y se declaró "humilde deudor de sus prédicas y doctrinas sobre la no violencia".
Todos los grandes creadores de la época, desde Thomas Hardy hasta George Bernard Shaw le hacían llegar cartas de admiración. Aunque Tolstoi fue siempre el candidato obvio para ganar el Premio Nobel, se apresuró a rechazarlo antes de que se lo dieran porque "no sabría -les escribió a los miembros de la Academia Sueca- cómo disponer de todo ese dinero, sobre todo cuando mis convicciones me indican que el dinero sólo produce mal".
Cuanto más vasta era su fama pública, mayor era también el infortunio de su intimidad. Se había casado en 1862, a los 34 años. Sofia Andreievna acababa de cumplir 18. Los dos tenían temperamentos de hierro y se creían capaces de imponer al otro sus deseos y códigos de vida. La misma noche de bodas el escritor cometió un error mayúsculo, que desviaría para siempre el cauce de su dicha: le dio a leer a Sonia sus diarios de juventud, en los que contaba con lujo de detalles sus borracheras y lujurias de oficial joven. Creía sinceramente que, al poner al descubierto las flaquezas de su alma, ella podría comprender con quién se había casado y perdonar las heridas futuras.
Lo que logró fue abrir las compuertas de un torrente de celos y resentimientos que ya no se detendría.
Dos semanas más tarde, Sonia empezó a escribir su propio diario. Se levantaba en medio de la noche para espiar lo que el marido había escrito e imprudentemente dejaba al alcance de su curiosidad el inventario de los agravios que le adjudicaba. Entonces empezaban las reyertas cada vez más crueles, las acusaciones de infidelidad y desamor.
Y sin embargo, los dos se amaban con un ímpetu que no apagaron los años maduros ni la desastrosa convivencia.
Para Tolstoi, la escritura de los diarios fue el más constante de sus vicios. Sólo se permitió abandonarlos cuando trabajó en Guerra y paz y Anna Karenina , sus dos novelas mayores. También Sonia anotaba con puntualidad las cuitas de cada día. Por los diarios, ambos se enteraron de los enamoramientos y ridículos conatos de traición que los aquejaron en las fronteras de la vejez.
El escritor había pasado ya los 70 años cuando la esposa tuvo noticias tardías de sus coqueteos con una campesina llamada Axinia, cuyo cuerpo dorado y piernas robustas representaban todo lo que Tolstoi deseaba.
En los diarios de él han quedado vislumbres de las terribles maldiciones que se cruzaron.
Sonia le dice: "No hay ningún bien en ti. Eres malvado, asqueroso. Yo sólo voy a amar a personas buenas y decentes, no a ti. Tú eres asqueroso, repelente".
Nadie ha contado mejor esa tragedia que William Shirer, el gran periodista que fue testigo del ascenso de Hitler en la Alemania de Weimar, y lo narró en un libro clásico, The Rise and Fall of the Third Reich . Su obra más personal, sin embargo, es la historia de las borrascas conyugales que atormentaron a los Tolstoi. Lo publicó en 1993, un año antes de morir, con un título expresivo: Love and Hatred. The Stormy Marriage of Leo and Sonya Tolstoy ("Amor y odio. El tormentoso matrimonio de Sonia y León Tolstoi").
Nada estremece tanto, sin embargo, como el relato de la muerte del gran hombre, que yacía solitario en la choza del jefe de la estación de Astápovo, perdido en la blancura de la estepa, mientras su fin inminente acongojaba a millares de lectores y discípulos en los cuatro rincones del mundo.
Expiró a las 6.5 de la mañana del domingo 7 de noviembre de 1910. A Sonia no se le permitió entrar sino minutos más tarde, cuando ya todo había pasado. A la intemperie, bajo los hilos de nieve que no cesaban de caer, los campesinos cantaban un antiguo himno funerario, Memoria eterna .
La esposa lo sobrevivió nueve años, suplicando en su diario que el mundo la recordara con indulgencia.
Más datos biográficos y obras:
Tolstoi comenzó a escribir en diversas publicaciones a mediados del siglo XIX, entre ellas la revista "Sovremennik".
Su primer libro fue "Infancia" (1852), continuado por "Adolescencia" (1852-54) y "Juventud" (1857), una trilogía autobiográfica. En "Relatos de Sebastopol" (1855-1856) rememoraba su época bélica. Más tarde publicó "Felicidad Conyugal" (1859).
Murió en la estación de tren de Astapovo, Riazán (Rusia) el 22 de
noviembre de 1910, cuando pretendía abandonar sus posesiones para
incomunicarse en algún territorio solitario. Tenía 82 años.
Leer sus citas y frases
Guía de sus adaptaciones cinematográficas en ViajeLiterario-AlohaCriticón
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En la próxima entrega les enviaré, juntamente con lo que yo pienso acerca de la relación del hombre y la mujer ligados entre sí, indisolublemente, en relación nupcial y erótica, por esta mágica realidad que lleva el nombre de AMOR, un pps. sobre la desgarradora existencia del inmortal músico PIOTR I´LYITCH TCHAIKOVSKY, ruso también él, que nos entrega sus hallazgos sobre el sufrimiento, en sus obras musicales, especialmente en la que resume lo mejor de todas sus composiciones: "LA PATÉTICA".
El escritor había huido de su casa de Yásnaia Poliana una semana antes, abrumado por los incesantes requerimientos de Sofia (cuyo apodo era Sonia) para que le entregara los manuscritos sin publicar y los diarios íntimos en los que hablaba de ella. Desde hacía ya muchos años su matrimonio naufragaba en querellas cada vez más ásperas. Marido y mujer veían aquellas trifulcas como "una lucha a muerte" y en verdad lo eran.
Se amaban, pero la vida en común los estaba destrozando.
Cuando Tolstoi se fugó de la casa familiar sin avisarle a nadie -salvo a su hija Sasha, a quien le pidió que lo acompañara- estaba enfermo de neumonía. Su temperatura oscilaba entre los 39°6 y los 40°. El pulso era irregular y la respiración, tan débil que Sasha, inquieta, le acercaba cada tanto un espejo a los labios para verificar que seguía vivo. Sentía ardores de estómago y ataques de hipo que no le daban tregua. Padre e hija atravesaron los campos helados en un trineo hasta la estación de tren, donde -para despistar- compraron pasajes a pequeños apeaderos de la línea del Sur. Tolstoi pretendía pasar inadvertido, pero no tenía idea de su inmensa fama.
Cayó derrumbado en un vagón de segunda clase y le pidió a Sasha que le comprara los periódicos. Con horror descubrió que la historia de su fuga era el tema principal de las portadas. Nubes de reporteros seguían el rumbo del tren y los fotógrafos estaban al acecho en las estaciones.
Muy pronto, todos los pasajeros se enteraron de que Tolstoi viajaba con ellos y acudieron en masa a verlo. Sasha les rogó que se fueran para que su padre pudiera descansar. Apenas circulaba el aire en los vagones llenos de humo. El gobierno del zar Nicolás II había despachado también a varios policías de civil para que averiguaran las verdaderas intenciones de un pacifista venerado por los campesinos, al que la iglesia ortodoxa acababa de excomulgar negándole los sacramentos y el entierro religioso. A Tolstoi sólo le importaba que lo dejaran en paz.
Era ya entonces un gigante lleno de gloria y no habría otro que desatara entusiasmos tan tumultuosos.
Ningún escritor, antes o después, conoció como él esos extremos de admiración.
Cuando viajaba a Moscú y a San Petersburgo, las calles por las que pasaba estaban alfombradas de flores. Todos los extranjeros de renombre que llegaban a Rusia consideraban incompleta la peregrinación si Tolstoi no los recibía. Gandhi le escribió llamándolo "nuestro titán" y se declaró "humilde deudor de sus prédicas y doctrinas sobre la no violencia".
Todos los grandes creadores de la época, desde Thomas Hardy hasta George Bernard Shaw le hacían llegar cartas de admiración. Aunque Tolstoi fue siempre el candidato obvio para ganar el Premio Nobel, se apresuró a rechazarlo antes de que se lo dieran porque "no sabría -les escribió a los miembros de la Academia Sueca- cómo disponer de todo ese dinero, sobre todo cuando mis convicciones me indican que el dinero sólo produce mal".
Cuanto más vasta era su fama pública, mayor era también el infortunio de su intimidad. Se había casado en 1862, a los 34 años. Sofia Andreievna acababa de cumplir 18. Los dos tenían temperamentos de hierro y se creían capaces de imponer al otro sus deseos y códigos de vida. La misma noche de bodas el escritor cometió un error mayúsculo, que desviaría para siempre el cauce de su dicha: le dio a leer a Sonia sus diarios de juventud, en los que contaba con lujo de detalles sus borracheras y lujurias de oficial joven. Creía sinceramente que, al poner al descubierto las flaquezas de su alma, ella podría comprender con quién se había casado y perdonar las heridas futuras.
Lo que logró fue abrir las compuertas de un torrente de celos y resentimientos que ya no se detendría.
Dos semanas más tarde, Sonia empezó a escribir su propio diario. Se levantaba en medio de la noche para espiar lo que el marido había escrito e imprudentemente dejaba al alcance de su curiosidad el inventario de los agravios que le adjudicaba. Entonces empezaban las reyertas cada vez más crueles, las acusaciones de infidelidad y desamor.
Y sin embargo, los dos se amaban con un ímpetu que no apagaron los años maduros ni la desastrosa convivencia.
Para Tolstoi, la escritura de los diarios fue el más constante de sus vicios. Sólo se permitió abandonarlos cuando trabajó en Guerra y paz y Anna Karenina , sus dos novelas mayores. También Sonia anotaba con puntualidad las cuitas de cada día. Por los diarios, ambos se enteraron de los enamoramientos y ridículos conatos de traición que los aquejaron en las fronteras de la vejez.
El escritor había pasado ya los 70 años cuando la esposa tuvo noticias tardías de sus coqueteos con una campesina llamada Axinia, cuyo cuerpo dorado y piernas robustas representaban todo lo que Tolstoi deseaba.
En los diarios de él han quedado vislumbres de las terribles maldiciones que se cruzaron.
Sonia le dice: "No hay ningún bien en ti. Eres malvado, asqueroso. Yo sólo voy a amar a personas buenas y decentes, no a ti. Tú eres asqueroso, repelente".
Nadie ha contado mejor esa tragedia que William Shirer, el gran periodista que fue testigo del ascenso de Hitler en la Alemania de Weimar, y lo narró en un libro clásico, The Rise and Fall of the Third Reich . Su obra más personal, sin embargo, es la historia de las borrascas conyugales que atormentaron a los Tolstoi. Lo publicó en 1993, un año antes de morir, con un título expresivo: Love and Hatred. The Stormy Marriage of Leo and Sonya Tolstoy ("Amor y odio. El tormentoso matrimonio de Sonia y León Tolstoi").
Nada estremece tanto, sin embargo, como el relato de la muerte del gran hombre, que yacía solitario en la choza del jefe de la estación de Astápovo, perdido en la blancura de la estepa, mientras su fin inminente acongojaba a millares de lectores y discípulos en los cuatro rincones del mundo.
Expiró a las 6.5 de la mañana del domingo 7 de noviembre de 1910. A Sonia no se le permitió entrar sino minutos más tarde, cuando ya todo había pasado. A la intemperie, bajo los hilos de nieve que no cesaban de caer, los campesinos cantaban un antiguo himno funerario, Memoria eterna .
La esposa lo sobrevivió nueve años, suplicando en su diario que el mundo la recordara con indulgencia.
Más datos biográficos y obras:
LEON TOLSTOI (1828-1910) Liev Nikolaievich Tolstoi nació en Yásnaia Poliana, Tula (Rusia), el 28 de agosto de 1828, en el seno de una adinerada familia de procedencia aristocrática. Su padre era el Conde Nikolai Ilich Tolstoi y su madre la princesa Maria Nikolaievna Volkonski. Se crió con sus tías paternas en la gran hacienda familiar tras el fallecimiento de sus padres cuando todavía era un niño. A partir de 1844 estudió en la Universidad de Kazán leyes y lenguas orientales, pero abandonó sus estudios en 1847 descontento con los métodos educativos. Participó, a partir de 1851, en diversas expediciones militares en el Cáucaso y en la Guerra de Crimea. |
Su primer libro fue "Infancia" (1852), continuado por "Adolescencia" (1852-54) y "Juventud" (1857), una trilogía autobiográfica. En "Relatos de Sebastopol" (1855-1856) rememoraba su época bélica. Más tarde publicó "Felicidad Conyugal" (1859).
Su espíritu social y solidario le llevó a
fundar una escuela en 1857 a la que asistían los hijos de los campesinos
que trabajaban en su hacienda. También creó una revista denominada "Yasnaia Poliana" en la que exponía sus idearios pedagógicos. En el año 1862 contrajo matrimonio con Sofia Andrejevna Bers, a quien el escritor llamaba Sonia. "Guerra y Paz" (1865-1869) y "Ana Karenina" (1878) son sus novelas más conocidas, de estilo sencillo, perspectiva realista e incisión psicológica en sus personajes. Otros títulos de importancia del autor ruso son "Los Cosacos" (1863) "La Muerte de Iván Ilich" (1886), "Sonata a Kreutzer" (1889) o "Resurrección" (1899). |
La última etapa de su obra, marcada por varias desdichas como la muerte
de dos de sus hijos, se caracteriza por sus conflictos y reflexiones
espirituales, éticas y filosóficas, bases de títulos como "Confesión"
(1879), "En que consiste mi fe" (1882), "La iglesia y el Estado" (1891) o
"La doctrina cristiana" (1897), libros en los que pone de manifiesto su
creencia en el amor y la humildad como base principal del ser humano. Por estos textos fue excomulgado por la Iglesia Ortodoxa en 1901. Escribió también trascendentales ensayos como "Qué es el arte" (1897). |
Leer sus citas y frases
Guía de sus adaptaciones cinematográficas en ViajeLiterario-AlohaCriticón
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En la próxima entrega les enviaré, juntamente con lo que yo pienso acerca de la relación del hombre y la mujer ligados entre sí, indisolublemente, en relación nupcial y erótica, por esta mágica realidad que lleva el nombre de AMOR, un pps. sobre la desgarradora existencia del inmortal músico PIOTR I´LYITCH TCHAIKOVSKY, ruso también él, que nos entrega sus hallazgos sobre el sufrimiento, en sus obras musicales, especialmente en la que resume lo mejor de todas sus composiciones: "LA PATÉTICA".
Cordiales saludos:
Dr. Francisco Oliveira y Silva.
Cel.: 0985 24 26 01
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