DIOS, IRRUMPIENDO EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD...
- En Navidad, BAJÓ DE LOS CIELOS POR AMOR AL HOMBRE
- En Semana Santa, MURIÓ POR NOSOTROS PARA REDIMIRNOS
- En Pascua: RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
- Hoy: SUBIÓ A LOS CIELOS Y ESTÁ A LA DIESTRA DE DIOS PADRE
Son cuatro misterios que, aunque reuniésemos el saber de todos los sabios que en la Humanidad han existido, NO PODRÁN SER EXPLICADOS, porque la naturaleza humana es incapaz de ingresar en el territorio que solo Dios conoce.
¡Hay tantas verdades que escapan al poder de la razón!
Pero la verdad más luminosa que la razón alcanzó, fue la de haber descubierto
que ella no es la única fuente de la verdad.
Pero la verdad más luminosa que la razón alcanzó, fue la de haber descubierto
que ella no es la única fuente de la verdad.
Recuerdo
una clase de mi profesor de Filosofía, cuando tocó el tema de Blas
Pascal, famoso físico y matemático. Obviamente que no lo recuerdo todo
con precisión, pero les aseguro que la esencia de esa clase la he
retenido, y la expreso aquí.
Le
pidieron a este genio de las demostraciones mateméticas, que demostrara
racionalmente, con precisión matemática, la existencia de Dios. Pascal
respondió que hacer eso es imposible, porque Dios es una realidad viviente, y como tal solamente puede ser captada por el corazón.
Le dijeron que eso ya no sería una demostración racional.
Pascal les respondió que sí, y les explicó diciendo:
Pascal les respondió que sí, y les explicó diciendo:
"El corazón tiene razones que la razón no entiende".
Y trajo el ejemplo de un juego de apuestas de "cara o cruz", donde "cara" significa "Dios no existe"; y "cruz" significa "Dios existe".
- El que apostó a "cruz" tiene todo por ganar, porque si Dios no existe, no pierde nada; y si Dios existe, lo gana todo.
- El que apostó a "cara", tiene todo por perder, porque si Dios no existe no gana nada; y si Dios existe, lo pierde todo.
- Y concluyó diciendo: "¡Entonces debemos apostar a Dios!"
Pascal escribio: ”Me encuentro sumido en la inmensidad infinita de
espacios de los que no se nada y que no saben nada de mi, estoy
aterrado”... Segun Pascal, lo verdaderamente esencial en el hombre no es la razón
natural sino la voluntad y la capacidad de fe, es decir, el corazón.
En su libro “Pensees" ("Pensamientos"), leemos: El hombre sabe que es miserable. Es pues, miserable por lo que es; pero es grande por lo que sabe...el hombre es solo una caña, lo mas débil de la naturaleza; pero es una caña pensante”.
Pascal, fue el primero en intuir que la mente humana podía concebirse como un procesador de informacion capaz de ser imitado por una maquina.
Declaró entonces que es la voluntad y la capacidad de fe, y no la razon, lo que diferencia al ser humano de los animales.
Es el corazón y no el cerebro, lo que humaniza al ser humano.
(Historia de la Psicología. T.H. Leahy)
En su libro “Pensees" ("Pensamientos"), leemos: El hombre sabe que es miserable. Es pues, miserable por lo que es; pero es grande por lo que sabe...el hombre es solo una caña, lo mas débil de la naturaleza; pero es una caña pensante”.
Pascal, fue el primero en intuir que la mente humana podía concebirse como un procesador de informacion capaz de ser imitado por una maquina.
Declaró entonces que es la voluntad y la capacidad de fe, y no la razon, lo que diferencia al ser humano de los animales.
Es el corazón y no el cerebro, lo que humaniza al ser humano.
(Historia de la Psicología. T.H. Leahy)
Luego de esta profunda reflexión introductoria al tema
de la cordura que patentiza el admitir con fe los misterios
espirituales, les copio otras dos reflexiones, pero éstas ya sobre el
tema de la Ascensión del Señor a los Cielos.
- La primera es un poema de Fray Luis de León, que transmite cierta tristeza ante la ausencia de Jesús que sube al Cielo, dejándonos como huérfanos en la Tierra.
- Y la segunda es una breve Homilía de San Agustín cuya visión es muy optimista: Jesús, al subir al Cielo, se llevó con Él nuestros corazones.
(Por Fray Luis de León, poeta español 1527 o 1528).
Obviamente, el castellano es de la época.
¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, escuro, con soledad y llanto; y tú rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro? ¿Los antes bienhadados, y los agora tristes y afligidos, a tus pechos criados, de ti desposeídos a dó convertirán ya sus sentidos? ¿Qué mirarán los ojos que vieron de tu rostro la hermosura, que no les sea enojos? Quien oyó tu dulzura, ¿qué no tendrá por sordo y desventura? ¿Aqueste mar turbado quién le pondrá ya freno? ¿quién concierto al viento fiero, airado? ¿Estando tú encubierto, qué norte guiará la nave al puerto? ¡Ay! nube envidiosa aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas? ¿dó vuelas presurosa? ¡cuán rica tú te alejas! ¡cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas! Sermón sobre la Ascensión del Señor Por San Agustín de Hipona (354 - 430) Doctor de la Iglesia
Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo.
“Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con él nuestro corazón. Oigamos lo que nos dice el Apóstol: Si habéis
sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo
está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas
del cielo, no en las de la tierra. Pues, del mismo modo que él
subió sin alejarse por ello de nosotros, así también nosotros estamos ya
con él allí, aunque todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo lo
que se nos promete.
Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros. Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y también: Tuve hambre y me disteis de comer. ¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él, descansemos ya con él en los cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo, nosotros, estando aquí, estamos también con él. Él está con nosotros por su divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como él por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia él.
Él, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. Él mismo asegura que no dejó el cielo mientras estaba con nosotros, pues que afirma: Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Esto lo dice en razón de la unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto él, podría decirlo, ya que nosotros estamos identificados con él, en virtud de que él, por nuestra causa, se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios.
En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. No dice: «Así es Cristo», sino: Así es también Cristo. Por tanto, Cristo es un solo cuerpo formado por muchos miembros. Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto que nosotros subimos también en él por la gracia.
Así, pues, Cristo descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos confundir la divinidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza.
Queridos amigos:
Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros. Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y también: Tuve hambre y me disteis de comer. ¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él, descansemos ya con él en los cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo, nosotros, estando aquí, estamos también con él. Él está con nosotros por su divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como él por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia él.
Él, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. Él mismo asegura que no dejó el cielo mientras estaba con nosotros, pues que afirma: Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Esto lo dice en razón de la unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto él, podría decirlo, ya que nosotros estamos identificados con él, en virtud de que él, por nuestra causa, se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios.
En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. No dice: «Así es Cristo», sino: Así es también Cristo. Por tanto, Cristo es un solo cuerpo formado por muchos miembros. Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto que nosotros subimos también en él por la gracia.
Así, pues, Cristo descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos confundir la divinidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza.
Queridos amigos:
Espero que todas estas reflexiones les hayan servido para admirar, una vez más, la grandeza de nuestra Fe en Dios, y la dicha inmensa de haber sido llamados a servirle como discípulos de su Divino Mensaje, anunciado por su Hijo, es decir, valorar la dicha inconmensurable de ser Cristianos.
Cordiales saludos:
Dr. Francisco Oliveira y Silva
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