Queridos amigos y lectores:
EL PAPA FRANCISCO HA DADO ORIENTACIONES PARA HACER HOMILÍAS PROVECHOSAS
A muchos de nosotros nos ha tocado sufrir la experiencia de escuchar homilías improvisadas, aburridas, insustanciales, cuyo efecto no es otro que el de inducirnos al sueño, o el de querer escapar de esa tortura.
En mi libro "Francisco super papa", me refiero a ese tema en el capítulo titulado "Modelo y Maestro de homilías", de donde transcribo algunos párrafos (página 237):
"Hay sacerdotes que predican muy bien, otros no tanto, y otros lo hacen mal.
Estos últimos aburren y, lamentablemente, muchas personas dejan de ir a misa para no tener que pasar por el sufrimiento de escucharlos.
La causa de este problema en la comunicación del mensaje evangélico, es la mala o nula preparación de la homilía, es decir, la improvisación, que le lleva al sacerdote a ir comunicando lo que le va viniendo a la mente, en forma desordenada y sin sentido, desviando incluso el tema del sermón hacia asuntos que no se relacionan con la palabra divina, tales con sus problemas personales, o los de ciertas personas de la parroquia, denunciadas de manera indirecta o directa, con alusiones personales, sin decir nombres, o diciéndolos, o recordando noticias aparecidas en la prensa, por citar solamente algunos de los graves defectos que dejan sin valor ni contenido a muchas homilías.
Es obvio que cada persona tiene desiguales talentos para hablar en público, y de eso nadie tiene mérito ni culpa. Pero una buena formación en el arte de la oratoria, indispensable para todo sacerdote, puede ayudar mucho, aún a aquellos menos dotados para expresarse eficazmente ante un auditorio.
La oratoria es la ciencia y el arte de hacer buenos discursos, y que brinda, para ese fin, las normas a ser tenidas en cuenta por el orador. Hay libros muy valiosos sobre este tema. Pero no es mi propósito citarlos ahora, ni hablar aquí de ese arte, sino solamente señalar los tres fines de la oratoria, porque la homilía es una de sus formas: la oratoria sagrada.
Hablar bien en público es el producto de una habilidad aprendida y cultivada.
Y la alocución, discurso u homilía, debe prepararse, tal como se prepara una persona para cantar o ejecutar un instrumento delante de un público. Nadie haría eso sin haberse ensayado previamente: se consideraría una falta de respeto al público, y un atentado contra el propio buen nombre.
Sería sumamente penoso, en efecto, que un concertista se sentara a tocar el piano ante un público, sin haber estudiado antes la partitura: se olvidaría de algunos compases, cometería errores al pulsar las teclas, incurriría en repeticiones, en fin, sufriría él y haría sufrir a la audiencia, obligándola a pasar vergüenza ajena, debido a que se puso a improvisar, cuando todos esperaban un momento de deleite musical.
La esencia de la oratoria se resume en tres palabras: convencer, conmover, y mover.
De nada sirve que el orador haga un brillante discurso, pero no encendido, es decir, muy erudito pero sin poder de convicción.
Si las palabras del disertante no tienen esa fuerza transformadora, entonces todas las palabras resultarán una pérdida de tiempo. Por eso suelo decir en mis charlas y cursillos de oratoria: «si lo que vas a decir no te sale del corazón, mejor cállate».
Convencer, significa lograr que el auditorio encuentre lógica en lo que el orador dice;
conmover se refiere a que los oyentes sientan emociones en su corazón por las palabras o los testimonios del orador; y
mover, quiere decir que el discurso debe llevar a la acción: que los oyentes apliquen en su vida las orientaciones o propuestas del disertante.
De lo contrario las palabras del orador, sacerdote o profesor, serán escuchadas como quien oye llover, es decir con absoluta indiferencia.
Algunos, literalmente, se duermen durante la homilía".
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"En ocasiones, pienso que no hay derecho a hacerle perder 15 minutos a los 200 fieles que asisten a la misa diciendo obviedades, ideas vagas y ambiguas, repetitivas y sin vida", afirma el periodista Álex Navajas, colaborador habitual en diversos medios de prensa, radio y televisión, ex director gerente de Radio María y actual director de la hospedería del Valle de los Caídos.
Las consecuencias de esa mala preparación y de ese alejamiento de la "vida real de los feligreses" es que "uno va a misa, se aburre; le hablan de las cosas de Dios, se sigue aburriendo, y deja de practicar la religión por simple y llano aburrimiento". De ahí el título del artículo que recientemente publicó en Actuall: "Con homilías así, normal que haya ateos". |
Muchos sacerdotes hablan para "auditorios que consideran convencidos".
Sin embargo, a las parroquias acuden muchas personas necesitadas de orientación y ayuda y esperan recibirlas de la predicación. Las palabras ñoñas y las frases hechas no sirven para eso, recuerda Navajas. Aunque consciente de que la homilía "no es la parte más importante de la eucaristía", Navajas recuerda que tiene un enorme "poder transformador de los corazones y las conciencias". En ese sentido pide a los predicadores católicos que tomen ejemplo de esos predicadores protestantes evangélicos que "hablan con pasión, con autoridad, con sencillez pero con profundidad, con veracidad, con conocimiento, con experiencia, con astucia, enraizados en el Evangelio". Reproducimos a continuación el artículo íntegro: Con homilías así, normal que haya ateos Creo que fue San Juan Bosco quien dijo que la mejor arma que empleaba el diablo para alejar a los jóvenes de Dios era el aburrimiento. Así de simple. Uno va a misa, se aburre; le hablan de las cosas de Dios, se sigue aburriendo, y deja de practicar la religión por simple y llano aburrimiento. Les tengo que confesar –es una apreciación personal y, por tanto, absolutamente subjetiva– que el 90% de las homilías que escucho son completamente prescindibles y aburridas. No son más que una repetición de palabras angostas y barrocas mezcladas con cierta ñoñería sensibloide e ideas generales y ambiguas que apenas nadie entiende. Ni siquiera el cura que las pronuncia. Hay excepciones, más de uno me dirá, y es, evidentemente, cierto. Como en todo, hay sacerdotes que pronuncian homilías magníficas, vividas, experienciales y que emplean un lenguaje cercano y asequible a sus fieles. Pero es curioso: Cristo cogió toda la complejidad y magnificencia del Reino de Dios y la simplificó en parábolas, con el fin de que todo el mundo las entendiera. Y muchos curas han hecho exactamente lo contrario: coger la sencillez de las parábolas de Jesús y elaborar unas predicaciones complicadísimas y aburridas. ¿Por qué no hablar con sencillez y, a la vez, con profundidad, del Reino de Dios? ¿Es posible predicar sobre lo divino sin caer en ñoñerías, en simplezas y frases hechas? Hace unos años descubrí a varios predicadores evangélicos de Inglaterra y de Estados Unidos. Desde entonces, sigo las homilías de varios de ellos por YouTube: Nicky Gumble, Judah Smith, Rick Warren, etc. Sus predicaciones nunca duran menos de 45 minutos, pero se hacen cortas. De hecho, si en mi ciudad hubiese un y deja de practicar la religión por simple y llano aburrimiento. Les tengo que confesar –es una apreciación personal y, por tanto, absolutamente subjetiva– que el 90% de las homilías que escucho son completamente prescindibles y aburridas. No son más que una repetición de palabras angostas y barrocas mezcladas con cierta ñoñería sensibloide e ideas generales y ambiguas que apenas nadie entiende. Ni siquiera el cura que las pronuncia. Hay excepciones, más de uno me dirá, y es, evidentemente, cierto. Como en todo, hay sacerdotes que pronuncian homilías magníficas, vividas, experienciales y que emplean un lenguaje cercano y asequible a sus fieles. Pero es curioso: Cristo cogió toda la complejidad y magnificencia del Reino de Dios y la simplificó en parábolas, con el fin de que todo el mundo las entendiera. Y muchos curas han hecho exactamente lo contrario: coger la sencillez de las parábolas de Jesús y elaborar unas predicaciones complicadísimas y aburridas. ¿Por qué no hablar con sencillez y, a la vez, con profundidad, del Reino de Dios? ¿Es posible predicar sobre lo divino sin caer en ñoñerías, en simplezas y frases hechas? Hace unos años descubrí a varios predicadores evangélicos de Inglaterra y de Estados Unidos. Desde entonces, sigo las homilías de varios de ellos por YouTube: Nicky Gumble, Judah Smith, Rick Warren, etc. Sus predicaciones nunca duran menos de 45 minutos, pero se hacen cortas. De hecho, si en mi ciudad hubiese un
sacerdote que hablase así durante sus misas, acudiría sin duda, aunque las homilías
durasen tres cuartos de hora.
Hablan con pasión, con autoridad, con sencillez pero con profundidad, con veracidad, con conocimiento, con experiencia, con astucia, enraizados en el Evangelio. A veces, hasta tiran del humor. Sus predicaciones transforman, te hacen
descubrir una verdad que permanecía oculta, te encienden. Son evangélicos, sí, pero
comparten una gran parte del cuerpo doctrinal con el Magisterio de la Iglesia católica.
Sus iglesias crecen; los jóvenes acuden, el Evangelio es vivido, se forma comunidad. Les tengo una sana envidia. No puedo evitar compararlas con nuestras parroquias católicas, tantas veces impersonales, rutinarias, frías y meras dispensadoras de sacramentos. Algunos alegarán al leer esto que ataco a los sacerdotes. Nada más lejos de mi intención. Los quiero, los admiro, tengo muchos amigos entre ellos y les ayudo en lo que está en mi mano.
Pero veo la realidad de muchas parroquias, y no puedo evitar pensar así.
Pero esto iba de las homilías. Es verdad que no es, ni mucho menos, la parte más importante de la eucaristía. Pero es la que puede tener un mayor poder transformador de los corazones y las conciencias. Y, en ocasiones, pienso que no hay derecho a hacerle perder 15 minutos a los 200 fieles que asisten a la misa diciendo obviedades,
ideas vagas y ambiguas, repetitivas y sin vida. Lo que no se vive no se predica.
Y la predicación que no se prepara desde la oración y la vivencia realista del día a día
no llega a la gente.
Entre los 200 asistentes a la misa que mencionaba antes, hay mujeres que les han puesto los cuernos a sus maridos; maridos que maltratan física o psicológicamente a sus esposas; jóvenes que anoche se emborracharon y se liaron con un par de chicas; empresarios que engañan a sus clientes y empleados; empleados que hacen lo posible por escaquearse de su trabajo; niños que acosan a sus compañeros del colegio. Por supuesto; no nos escandalicemos: entre los católicos que asisten a misa cada domingo, o incluso a diario, hay mentirosos, corruptos, violentos, fornicadores, adúlteros, criticones, odiadores, egoístas y envidiosos. Y también hay mucha gente herida por la relación con su esposo o esposa, adolescentes que se sienten solos y excluidos de su grupo de amigos, personas a la que les ronda por la cabeza la idea del suicidio, gente deprimida y cansada de vivir. No; los 200 asistentes a misa no son ángeles. Tienen sus debilidades y sus heridas.
Y el problema de los curas y de los políticos, como decía Unamuno hace ya casi un siglo,
es que hablan para auditorios que consideran convencidos. Y ahí está el curilla, hablando de florituras y ñoñerías que ni él entiende y que no conectan con la vida real de los feligreses.
Y el feligrés sale de misa igual que entró: con sus problemas, sus heridas y sin haber escuchado una palabra de esperanza. Si el fiel no encuentra la esperanza en la Iglesia, ¿dónde la va a hallar?
Quiero a los curas; rezo por ellos; con muchos tengo una relación de profunda amistad e intimidad, les admiro y trato de estar cerca de ellos siempre que lo necesitan. Pero falta en la Iglesia católica ese ardor, esa transmisión de esperanza y de fuerza que los feligreses necesitamos para vivir ardientemente el día a día. Homilías vividas, apasionadas, claras, sencillas, amables, concretas, incluso amenas. Tomen nota de algunos pastores evangélicos. En predicación tienen mucho que aportar. Cordiales saludos: Dr. Francisco Oliveira y Silva |
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